Cerdán a Sánchez entre lágrimas: «Presidente, ese de las grabaciones no soy yo»
Pedro Sánchez pasa de Kennedy a Nixon

"No me reconozco en esas grabaciones", balbuceó Santos Cerdán, mientras el castillo de naipes del sanchismo empezaba a tambalearse.
La escena es patética y grotesca: un alto cargo político, descompuesto y lloroso, intentando convencer a su jefe de que esa voz que se escucha con nitidez y detalle en las grabaciones no es la suya. Una escena más propia de una mala telenovela que de un país democrático serio.
Pero lo peor no es la patética negación de lo evidente, sino la complicidad cobarde de Pedro Sánchez. En lugar de cesarlo de inmediato, de marcar una línea roja clara, el presidente lo arropa, lo protege, lo mantiene.
¿Por qué? Porque si cae Cerdán, cae todo el tinglado. Porque esas grabaciones no solo comprometen a un peón, sino que podrían tirar de un hilo que lleve hasta el corazón mismo del poder.
Cerdán no es un cualquiera. Es el hombre de confianza, el operador en la sombra, el ejecutor de las órdenes más turbias. Y si ahora se desmarca llorando, es porque sabe que está solo, pero también porque espera que lo salven.
Y Sánchez calla. Y Sánchez protege. No por lealtad, sino por miedo. Porque Cerdán sabe demasiado. Porque el sanchismo es una estructura de poder construida sobre favores, lealtades ciegas y silencios cómplices.
España no puede permitirse seguir gobernada por un presidente que tolera y sostiene este tipo de comportamientos. No se trata solo de un problema ético: es un problema de salud democrática.
Cerdán debería haber sido cesado de inmediato. Sánchez debería haber dado un golpe sobre la mesa, como cualquier líder decente. Pero no lo ha hecho. Porque no puede. Porque no quiere. Porque no le conviene.
La frase "ese no soy yo" ya es símbolo del naufragio moral de este Gobierno. Y quien lo sostiene, quien lo justifica, forma parte del mismo lodazal.