El PSOE señala al PP y Vox por la crispación, mientras ignora su propia responsabilidad
El PSOE señala a PP y Vox por alimentar "la crispación" tras los ataques a sus sedes
El Partido Socialista ha vuelto a recurrir a una estrategia ya conocida: culpar a los demás de los efectos de su propia gestión. Esta vez, responsabiliza a PP y Vox de los más de 180 ataques a sus sedes durante la legislatura, acusándolos de "alimentar la crispación" social. Una acusación que, más allá del oportunismo político, omite cualquier atisbo de autocrítica sobre el papel que ha jugado el PSOE en la polarización creciente del país.
El doble rasero se hace evidente. Mientras el PSOE señala con el dedo, omite mencionar cómo ha gobernado a golpe de decretazo, pactando con partidos separatistas y cediendo a exigencias que una mayoría de españoles no comparte. La reciente aprobación de leyes polémicas como la de amnistía, la gestión de la inmigración ilegal, y el uso constante del "y tú más" como argumento político, no hacen más que avivar la tensión y el hartazgo ciudadano.
En lugar de promover una política de consenso o diálogo real, el Ejecutivo ha optado por criminalizar la discrepancia, tildando cualquier crítica como "odio", "fachismo" o "ultraderecha". Esta simplificación peligrosa del debate público no sólo intoxica la convivencia democrática, sino que impide abordar problemas reales con seriedad.
Además, no se puede pasar por alto la creciente percepción de que el PSOE actúa más como una maquinaria de poder que como un partido de Estado. Las denuncias de manipulación mediática, reparto de fondos públicos de forma partidista o control de instituciones independientes alimentan una desconfianza que no se puede atribuir exclusivamente a la oposición.
Si el PSOE quiere rebajar la crispación, el primer paso es asumir su cuota de responsabilidad. La polarización no nace solo del enfrentamiento entre partidos, sino del desprecio institucional, el sectarismo ideológico y la arrogancia con la que algunos dirigentes socialistas han tratado a millones de ciudadanos que no comparten su visión.
La democracia se defiende con argumentos, no con etiquetas. Y si hay crispación en la calle, tal vez haya que mirar también a quienes llevan años gobernando como si el poder les perteneciera por derecho divino.