No Fue un Disparo: Fue un Muro Contra la Barbarie
La barbarie de Gran Canaria fue neutralizada

El sábado 17 de mayo, en el Aeropuerto de Gran Canaria, un individuo armado con un cuchillo de grandes dimensiones intentó agredir mortalmente a un trabajador, un taxista inocente.
Según el testimonio del taxista, el agresor de origen africano mostró una actitud extremadamente violenta desde el inicio.
El conductor relató que, al negarse a llevarlo a Las Palmas por desconfianza, el individuo comenzó a gritar, le exigió apagar la cámara del vehículo y, tras abandonar momentáneamente el coche, regresó y sacó un cuchillo de grandes dimensiones.
Logró escapar hacia la terminal en busca de ayuda, mientras el agresor corría tras él, intentando apuñalarlo y amenazando a otras personas que intentaban intervenir.
Fue salvado por segundos, gracias a la rápida intervención de agentes de la Policía Nacional, que, con pulso firme y temple de acero, impidieron que un cuchillo de carnicero acabara en su pecho o en el de alguno de los usuarios que transitaban la terminal.
Los agentes acudieron al aviso. Encontraron a un individuo fuera de control, cuchillo en mano, corriendo entre los pasajeros.
Le dieron el alto. Emitieron disparos de advertencia. Nada fue suficiente.
Se dirigió directamente hacia ellos. Y en ese instante, hicieron lo que cualquier profesional de seguridad con la formación y reflejos adecuados hubiera hecho: neutralizaron la amenaza.
No hablamos de una actuación dudosa. No hay debate operativo: la Regla de Tueller lo deja claro: si alguien armado está a menos de seis metros y corre hacia ti, tu vida está en juego.
El agresor fue advertido. Se le dieron órdenes. Se disparó al aire.
Pero él eligió lanzarse contra los policías. Y ellos eligieron vivir. Eligieron salvar vidas.
¿Qué habría pasado si no hubieran disparado? ¿Hubiera apuñalado al taxista? ¿A una madre con su hijo? ¿A un agente?
¿Cuántas vidas valen más que el relato distorsionado de quienes hoy llaman "asesinato", "racismo" y "abuso policial" a una actuación policial impecable y proporcionada?
El testimonio del taxista lo deja claro:
"Estaba poseído, con odio. Gritos, amenazas, agresión brutal, un cabezazo, un puñetazo, un intento de apuñalamiento, el cuchillo en alto, la persecución por la terminal. Él iba a matarme. Si me llega a coger, no lo cuento.
Los policías hicieron bien su trabajo. Me salvaron la vida. Le tenían que dar una medalla."
Y sin embargo, ¿quién ha salido a defenderlos? Nadie.
¿Y qué dicen los políticos? Nada.
¿Y qué dicen los mandos? Silencio.
¿Y qué reciben los policías? Soledad.
El Ministerio del Interior, hasta hoy, sigue en silencio. Ni una declaración institucional, ni una palabra de apoyo, ni una rueda de prensa.
Es infame e inmoral dejar a nuestros agentes solos, desamparados, mientras se permite que se siembre odio contra ellos.
A nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, se les entrena para defender. Se les exige templanza frente al caos y precisión quirúrgica donde un error cuesta vidas.
Y cuando lo hacen, cuando evitan una tragedia, cuando cumplen con su deber… se les abandona.
Los policías no temen al cuchillo. Temen al olvido. A la soledad institucional. A ser criminalizados mientras intentan evitar tragedias.
Temen la falta de respaldo jurídico cuando se juegan la vida para proteger la de otros.
En este país, defender la vida como policía, guardia civil, militar o vigilante de seguridad es como jugar a la ruleta rusa moral y jurídica.
Si disparas, puedes evitar una masacre. Pero el tambor gira… y puede tocarte el juicio mediático, el abandono institucional o la soledad legal.
Aquí no se teme al delincuente; se teme a quedar solo después de hacer lo correcto.
Porque mientras tú proteges a todos, no siempre hay alguien dispuesto a protegerte a ti.
La actuación en el Aeropuerto de Gran Canaria no fue un asesinato o una ejecución.
Fue una intervención profesional, legítima y proporcional ante una amenaza letal, real e inminente.
Y si no lo entienden, si prefieren juzgar a quienes nos defienden en lugar del agresor, vayan a un aeropuerto desarmados a ver si aguantan diez segundos.
Mientras tanto, dejen trabajar a la Policía.
Y sobre todo: dejen de manchar el uniforme de quienes hacen lo que muchos jamás se atreverían: jugarse la vida.
En El Salvador, bajo el liderazgo de Nayib Bukele, los policías que arriesgan su vida son honrados y reconocidos públicamente.
Cuando un agente actúa con heroísmo, recibe una medalla, un respaldo institucional firme y el respeto de la sociedad.
Bukele lo deja claro:
“Los derechos humanos deben comenzar por las víctimas y por quienes arriesgan su vida para protegerlas, no por los criminales.”
Pero aquí, en España, ocurre exactamente lo contrario.
Estos policías están siendo linchados mediáticamente, desacreditados y perseguidos.
En lugar de reconocimiento, reciben condena pública. En lugar de gratitud, se les exige justicia sin valorar el riesgo real que enfrentan.
Es una realidad amarga.
Mientras en El Salvador los policías reciben honores, aquí se les condena.
Y proteger no es un delito, sino un acto de valentía que merece respeto.
Es hora de decirlo claro:
Los agentes de Policía Nacional actuaron con coraje y conforme a derecho.
Por eso, siempre apoyaré sin reservas a las fuerzas y cuerpos de seguridad, y condenaré toda agresión que atente contra la seguridad de nuestro país.
Les debemos gratitud, respaldo y respeto.
Y a quienes deberían estar dándoselo desde el primer minuto:
miren sus galones, miren su cargo, y empiecen a estar a la altura.
Porque defender a quien defiende no es una opción. Es un deber. Y ustedes no lo están cumpliendo.
Fuerza y Honor
Pilaru Ramos
Comunicadora y divulgadora de Seguridad y Defensa.